La jornada de 8 horas la tenemos presente. Es un concepto que podemos
 manejar ya que la mayor parte de la población la cumple en su 
cotidiano, y estoy convencido de que es imposible que haya alguien que 
no conozca a nadie que la cumpla.
Esa jornada laboral tenía un doble objeto, tenía el objeto de 
minimizar los costes de la explotación sobre la clase obrera, pero 
también el de asegurar que las personas pudieran disponer de tiempo para
 mejorar la calidad de sus vidas. 8 horas de trabajo, 8 horas de 
descanso y 8 horas de libertad.
De una manera idílica alguien pensó que pagamos el precio de 
conservar el cuerpo con las 8 horas de sueño o descanso, y pagamos el 
precio de conservar la sociedad con 8 horas de trabajo; para poder 
disponer de 8 horas de tiempo diario para lo que nos plazca.
Ese ideal, obviamente, existe en un momento concreto en el que la 
clase trabajadora puede estar sufriendo (igual que hoy en otras partes 
del mundo) una extenuante jornada de 14 horas, tras la cual tiene pocas o
 ningunas ganas, ni espacio mental de poder pensar en crecer 
intelectualmente, mejorar, dedicarse al arte, ... 
Hoy día ese caduco ideal no nos sirve por diversos motivos:
El primero de ellos es el de que en las sociedades occidentales no 
hay tanto trabajo, en parte porque se ha externalizado, en parte, porque
 de verdad, ya no hace falta trabajar tanto. Los índices de paro suben. 
Producimos, dicho a lo burro, más mano de obra de la que necesitamos. 
Por tanto, es una evidencia que no necesitamos 8 horas para dedicarnos 
al trabajo asalariado.
Seguido; el ideal de 8 horas en el que las que las personas invierten
 ese tiempo en mejorar la sociedad, crear manifestaciones artísticas, 
... actualmente no es aquello a lo que las masas dedican su tiempo 
libre. El cual seguro que es mayor que en casi cualquier otra época 
reciente, y en cambio reina la percepción de que se dispone de menos que
 nunca, seguramente propiciada, porque la oferta de como gastarlo es 
mayor que nunca.
Y un último y al parecer complejo, que es el de que si no invertimos 
parte de nuestro tiempo en organizarnos no podemos generar estructuras 
que nos defiendan. Intentando explicarlo, no es posible que la clase 
trabajadora dependa de otras personas para defender sus intereses como 
clase (o como lo que sea) si no se organiza, si no da parte de su tiempo
 (y su dinero) a mantener estructuras que la defiendan de las clases 
dominantes. A no ser que quiera perder, incluso la propia victoria de la
 jornada de 8 horas.
Estos son un esbozo simplificado de aquellas cosas en las que hemos 
de pasar cada día por ellas, nos guste o no, dormir, trabajar, 
organizarnos, ... para poder dedicarnos a algo que nos guste.
Trabajar no es algo por lo que yo quiera luchar, pero obviamente las 
cosas y saberes que disfruto no nacen de la nada, y ese esfuerzo que 
muchas personas hacen, a mi me apetece compartirlo. Al igual que 
organizarme, me hastía, me aburre y me quita ese tiempo precioso del que
 me gusta disponer para lo que me plazca. Así se deja la caer la 
pregunta.
Que me gusta hacer, me gusta disfrutar mi tiempo? Tengo motivos para 
querer vivirlo? Entonces lo que no entiendo, lo que no comprendo es que 
reivindique y pelee por trabajar menos horas, por tener más tiempo para 
mi; y en cambio permita que en las organizaciones, decisiones sencillas,
 abarquen horas y horas de mi tiempo cansinamente.
El trabajo me roba mi tiempo, organizarme me roba mi tiempo, pero que
 no me lo roben además aquellas personas que van sin ir preparadas, ni 
con ganas de prepararse. Hablando por ejemplo, de cualquier cosa fuera 
de punto de orden del día, repitiéndose hasta la saciedad, boicoteando 
las decisiones, ...
Ya suficiente duro es organizarse, pero por favor, déjenme vivir, si 
una asamblea dura 90 minutos aún tengo tiempo para disfrutar de lo que 
me gusta, si se alarga sin fin, entonces, alguien está robando mi 
tiempo.